lunes, 20 de mayo de 2013
De nuevo LA BELLEZA BRUTA
sábado, 19 de enero de 2013
DISPONIBLE YA LA NUEVA EDICIÓN DE LA BELLEZA BRUTA
De este libro han dicho que:
"Situándose más allá del cuento y la novela, “La belleza bruta” configura un magno universo narrativo, poblado por personajes azarosos y sexualidades tan plurales como flexibles, que sacude al lector con el concurso de su prosa astuta, incendiaria, deslumbrante".
"Pocas veces he sentido tan vivamente la emoción de la expectativa narrativa como en estas páginas, que constituyen un lúcido viaje al corazón mismo de estos tiempos violentos que nos ha tocado vivir y de los cuales la sociedad puertorriqueña es bien representativa. Qué placer como lector encontrar un autor que sabe transformar en belleza la brutalidad de tan terribles materiales".
"Cada página de este libro deslumbra, tanto por su contenido como por su increíble dominio de la lógica de personajes atados a los mecanismos internos de una narración francamente brillante por lo inteligente y provocadora. Cierto es, Font Acevedo trabaja la estética de la violencia y el lenguaje hiperrealista como nadie lo había hecho aún en Puerto Rico".
sábado, 13 de octubre de 2012
AVENTIS CATÁLOGO EDITORIAL / 2011-2012
(Dos en uno / Flip Book)
"De los escritores puertorriqueños de las últimas décadas, Jan Martínez es uno que ha venido trabajando sin prisa y sin pausa una obra poética de gran vuelo. Ese esperado libro de aforismos es interesante por variadas razones: tiene la construcción que el género reclama, la sentencia, el apotegma, el dardo venenoso que impacta al pequeño burgués; desdibuja ideas, remenea altares; es iconoclasta, irreverente, cínico hasta el extremo, misántropo… es como si dijéramos la cara oculta de una realidad que siempre hemos negado, la que vamos disimulando en nuestros sueños y falsas verdades. El autor de Prosas perversas (2000) vuelve a las andadas contra ciertas maneras de ver la sociedad sin pararse en lo meramente local o nacional, sino en la universalidad que ha sido siempre el ámbito de la poesía y del lenguaje. Hay que leer ese libro dentro de la obra del autor, de la difusión que el aforismo tiene en nuestros días. Libros aforísticos de León David y José Mármol han aparecido recientemente, obras que parecen de los seguidores de Schopenhauer, Nietzsche y, por supuesto, del rumano Emile Cioran. La voz de Martínez es la del otro, un tal Ignacio Dorna, que pinta a su manera el mundo de deformadas meninas. No estamos seguros si el pintor sujeta el caballete en el que reposa el lienzo o abre la puerta trasera. Recomiendo al público lector esta nueva obra de Jan Martínez".
martes, 21 de febrero de 2012
Reseña de: MI SAL de J.D. Capiello-Ortiz
miércoles, 1 de febrero de 2012
martes, 24 de enero de 2012
RESEÑA: BREVE GUÍA DE LA NARRATIVA HISPÁNICA DE AMÉRICA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XXI de JOREG VOLPI
martes, 10 de enero de 2012
MINORÍA ABSOLUTA - Claridad 8-14/12/11
sábado, 17 de diciembre de 2011
JORGE VOLPI - Breve guía de la narrativa hispánica de América a principios del siglo XXI
¡Basta de guías turísticas sobre América Latina! Ha llegado el momento de escribir guías que no lleguen a ninguna parte. Con esta Breve guía, Volpi nos pide que hagamos las maletas –las valijas–, y que echemos por la borda la fe de la identidad si queremos acceder a ese naufragio saludable que siempre ha sido la literatura.
Cezanne Cardona Morales
Escritor
(Autor de La velocidad de lo perdido)
miércoles, 30 de noviembre de 2011
“El asesinato considerado como una de las bellas artes”…
… fue el título que Thomas de Quincey dio a un libro suyo, de 1827, que dio pábulo a otro, de Marcel Schwob, titulado Vidas imaginarias (1896), ambos abundantes en ese humor negro que los decimonónicos conocían como wit o esprit. Estas dos eminencias tardías del decadentismo europeo finisecular vinieron a desembocar en un texto poco ilustre hasta el otro día: —Historia universal de la infamia (1935, rev. 1954)—, en el cual Jorge Luis Borges (admirador declarado de de Quincey y de Schwob) asumió la difícil tarea de sumarse a la benemérita tradición biográfica de la “vida ilustre”.
En sus historias infames, Borges unió el humor tetánico de de Quincey (quien detallaba por qué el asesinato debiera considerarse una de las bellas artes) al sesgo siniestro y con frecuencia trivial de Schwob (quien escribió relatos imaginarios sobre infames que fueron famosos). Cuando Borges publicó su Historia…sabía que se insertaba en la vena podrida de una larga tradición a la que pertenecían Plutarco, Suetonio, Boccaccio, La Bruyère… e incluso Saint Simón. Borges dio a la tradición su propio twist: travistió la vida famosa en una vida infame en la cual el asesinato se convertiría en una variante esencial del arte del relato, y elaboró su catálogo de infames mezclando estos gestos estrafalarios: narrar lo nimio y narrar la vida (y el arte) de criminales, psicópatas, forajidos y excéntricos.
Toparme con un relevo de esta tradición en un escritordel patio no ha dejado de sorprenderme. Me refiero a Francisco Font Acevedo y a su extraordinario confabulario narrativo titulado La belleza bruta (2da edición 2010, Editorial Aventis, San Juan, PR). Pero aquí debo anotar su diferencia. Mientras los Plutarcos y los Borges se pasean por la historia universal y por el globo terráqueo entero, Pancho Font ha decidido aferrarse a nuestra pequeña isla —preferentemente a nuestra área metropolitana— para interpelar, y le cito, “el río de sangre tierna debajo de la ciudad”.
Font atosiga su libro con infames y sus infamias para revelar la pequeñez de cada cual, la suma de cuyas pequeñeces equivale al caudal de sangre nimia que discurre secreta y oscuramente por el subsuelo de nuestra frágil civilización patria. La belleza bruta, dividida en tres partes, no hace otra cosa que presentarnos una “historia local de la infamia”. Estamos ante nuestro “aquí” y ante nuestro “ahora”, recibiendo a grandes dosis el desasosiego y la perplejidad del que mira dentro de un callejón oscuro, desde debajo de una alcantarilla o, simplemente, de reojo en la oscuridad, para descubrir la insólita barbarie que nos acompaña como la antimateria a la materia.
Al igual que el famoso novelista naturalista Émile Zola colocó a Thérèse Raquin (protagonista de su novela homónima de 1867) sobre una mesa de disección, aspirando a construir su novela como redactara la autopsia de una infame, Pancho Font busca hurgar en la máquina humana para comprender la razón de sus impulsos, la tendencia a esa barbarie física y moral que quizás depende (como en Zola) del momento, del ambiente y de la herencia. En su acto de desmembrar el cuerpo y de completar su informe forense, Font (al igual que Zola), anota sus comentarios a lo que va encontrando gracias al peso testimonial de un montón de entrañas. El gesto narrativo de Font y su inclinación a lo visceral estructuran estos relatos escritos con sangre y la punta de un escalpelo: Font escribe sobre cuerpos… literalmente encima de ellos y acerca de ellos.
Lo notable, lo que nos atrapa de La belleza bruta —una obra del país cuya calidad sólo es comparable con La novelabingo de Manuel Ramos Otero (1976) y con Mundo cruel (2010) de Luis Negrón— es la sabiduría textual y compositiva con la cual el autor acopia, analiza, maneja y ordena su material. Asumiendo de entrada la narración en primera persona, el relato asume un cruce entre autobiográfico-confesional y biográfico-testifical, con escasas excepciones. En teoría, tenemos la ocasión de conocer directamente las infamias de los personajes sin pasar por la matraquilla amonestadora o quisquillosa de un narrador omnisciente.
Con la primera persona, el texto queda invadido por el instrumentario técnico de este tipo de narración: la cortedad de visión, la perplejidad ante los hechos (que el lector experimenta de primera mano); el comentario analítico de cada personaje en cuanto a lo que ocurre; y el tono, en general, poco confiable de los diversos narradores. Font Acevedo nos da acceso preferencial a almasdañadas cuya anormalidad se vuelve dramática simplemente porque nos llega en directo. Algunos relatos extensos sí coquetean con la tercera persona, pero siempre nos da la impresión de que nos encontramos ante un narrador testigo, es decir, frente a otra primera persona que, simplemente, no es la que protagoniza la historia.
Ocurre con frecuencia que un relato está dividido en varias narraciones en primera persona que toman su turno para permitirnos asomarnos a sus introspecciones, y así, de vez en cuando, tenemos la oportunidad de catar la misma escena desde la perspectiva de más de un personaje. Vale decir, que con su uso magistral de la primera persona, Font fragmenta lo real… como si fuese la realidad lo que el anatomista escritor sometiera al pormenor de su autopsia mientras anotara en su cuaderno estos inquietantes relatos de la extraña entraña humana.
No escapa de la aguda conciencia de Pancho Font la pesantez simbólica de estos descuartizamientos narrativos —que corresponden a otros tantos descuartizamientos literales de sus personajes. El primer cuento y el último detallan el carácter desalmado de personajes que se dedican, precisamente, a realizar autopsias en vida a pobres infelices. La tradición literaria, la licencia poética y la barrera entre la realidad y la fantasía sirven de cordón higiénico que separa al autor de sus criaturas, al igual que los guantes de látex protegen a Antulio de toda contaminación proveniente de las prostitutas que recoge en la calle para dedicarse, junto a su encumbrada familia, al ejercicio de diseccionarlas, hasta que no queda rastro alguno de la persona.
De hecho, narración tras narración, vamos descubriendo distintas alegorías del escritor —anatomista, psiquiatra, artista plástico, entomólogo, antropólogo—, siempre dispuesto a tomar el lugar del personaje, sea dándole la voz de la primera persona o intercambiando su nombre con ésta o aquél. La permutabilidad vertiginosa del lugar del autor y del narrador roba de toda autoridad autorial tanto al emisor como a lo narrado, y termina todo pareciendo un fascinante carrusel de voces, autores, actos, relatos, mentiras, chismes, secretos y misterios.
El construir un libro-río —como quería Balzac construir su Comedia humana, Faulkner sus historias de Yoknapatawpha, o García Márquez los relatos de su hacinado Macondo— ayuda al autor a insistir en la precariedad de su voz autorial y en la frágil verisimilitud de sus relatos. En el caso de Font, se trata más bien de un libro-cloaca, donde la ciudad vierte su excremento y su basura como materia prima de su retrato en broza, digo, en prosa. En La belleza bruta, el título de un relato puede reaparecer, con otro sentido, en medio del magma narrativo del próximo relato, o viceversa. El personaje que ahora conocemos en su adultez, lo reconoceremos luego en un momento fugaz de su infancia. O conoceremos a su madre o a su padre. Una historia puede reaparecer nuevamente como su opuesto o como relato abortado, siempre recordándonos el carácter imaginario de las historias reales y, por supuesto, el carácter imaginario de las historias imaginarias.
Sobresalen, como relatos enfáticamente teóricos, “La mirada de Cristal”, en el cual una pintora que ha recogido a un hermoso prostituto en el Puente de la Avenida Gándara (en la vecindad de la Iupi), súbitamente pierde su capacidad de ver “lo real” y comienza sólo a ver sus formas fragmentarias: como en un estilo abstracto geométrico, ve tipos y no personas. Ella misma, como idólatra de la belleza masculina, se dedica a coleccionar hombres bellos y a reconocer cada cuerpo parte por parte. Acostumbrarse a buscar el labio perfecto, la oreja perfecta, la nalga izquierda perfecta, surte el efecto de destruir el cuerpo para reducirlo a un amasijo de sus partes indiferenciadas y despersonalizadas. El que ella decida apodar a su última víctima “Miguel Ángel” (me tienta ver en este nombre el detritus cómico de San Miguel Arcángel, soldado de Dios…) la coloca en la antípoda del artista del cuerpo bello y proporcionado: ella es la Buonarotti (la que es “buena” porque los deja “rotos”…. ¡Uepa! ¡Oquei, es un chiste…!).
En “Melancolía de un escritor obtuso”, el narrador —un escritor frustrado— trata de explicarnos por qué cada una de sus historias se ve abortada por una incapacidad de pormenorizar el relato: capaz de vistas generales, este escritor no puede rellenar la figura con detalles. Cada particularidad es elevada a un plano general, como succionada por una voluntad filosófica idealista. El propio escritor, al intercambiar constantemente su lugar y su nombre con los demás personajes de este relato, no puede ordenar su narración y padece un fracaso anónimo. Igualmente, “El proyecto Xerox” detalla la voluntad de un hombre quien, con la excusa de realizar un dossier sobre un escritor gay urbano, trata de seducir al escritor y termina intercambiando con éste una vida en la calle. A fin de cuentas, terminamos no sabiendo qué es y qué no es literatura.
La belleza bruta es precisamente eso: un libro que contiene otro libro al cual se le ven las costuras: la autopsia de uno nos debe llevar a las vísceras del otro, y mostrarnos el lado oscuro del acto de narrar. Y si vemos esas costuras, veremos, más acá y de cerca, cómo el Autor con mayúscula manipula todo este universo narrativo como una gran lección en el arte de no contar el cuento. Que, en nuestra isla que vive del cuento, eso no es poca cosa…
Imágenes:
1. Aixa Ardín Pauneto, "Callejón #6" (2011).
2. Lilliana Ramos Collado, "Francisco Font Acevedo" (2011).
3. Aixa Ardín Pauneto, "Callejón #3" (2011).
4. Lilliana Ramos Collado, "Callejón #2" (2011).
5. Aixa Ardín Pauneto, "Callejón #10" (2011).
6. Lilliana Ramos Collado, "Callejón #5" (2011).
7. Aixa Ardín Pauneto, "Callejón #8" (2011).
8. Lilliana Ramos Collado, "Callejón #9" (2011).