domingo, 8 de febrero de 2009

Ratos que pesan una vida




El cuento corto reina sobre la síntesis. La síntesis no busca decir menos con unas pocas palabras, sino decir más con esas mismas palabras. Por tal brevedad, debe perdonársele al cuento corto su tendencia a la infinitud.
Pedro Antonio Valdez

A las líneas que sirven de epígrafe a este rato, Pedro Antonio Valdez, concluye diciendo que “El cuento corto en la narrativa es, como el haikú en la versificación, el camino más próximo al silencio”. Y este libro, como lee uno de sus relatos, está plagado por “una procesión de silencios”: la memoria (El maquinista, Aquella lluvia), el deseo (La plaza, Vocación), la pérdida (La cartero, ¡Niños, no salgan a jugar!), la desposesión (La casa y la lluvia, Abuela), la soledad (Lunes, El té), el tiempo (Elena, Pobrezas), e incluso, la misma palabra que “aun no [se] conoce” (La poeta, Breve instrucción…) y el entrecruce o cúmulo de todos ellos (Fin de estación). Silencios porque estos son ratos que, más que decir, evocan vidas que parecen tender a la infinitud. Y justamente a raíz del Primer Certamen Interuniversitario de la UPR, donde la microliteratura resultó ser la modalidad ganadora tanto en cuento como poesía, una interesante discusión se originó al respecto a través de los medios electrónicos.

La misma se da como reacción al comentario de que la literatura minimalista no es más que un signo de vagancia literaria, falta de motivación, de práctica y de dominio. A tal sazón, el minimalismo literario aparecería como literatura fácil y de poco compromiso con el oficio escritural, cuando no, como arte-facto o chuchería de rápido envejecimiento en tiempos que la moda parece ser denominador común en las diferentes expresiones del quehacer humano de la más reciente modernidad. Pero nada más errado al respecto. El minimalismo en la literatura, a diferencia de las artes plásticas, data de tradiciones milenarias entre las que se encuentran la fábula, la parábola, los haikús, el aforismo, el koán zen, los relatos sufíes y las tradiciones hasídicas entre otras. No empece, adjudicarle vagancia o pereza al minimalismo, es algo del todo equivocado salvo que, por justicia, habría que colgarle tal etiqueta a toda la literatura. En Lector in Tabula, según Humberto Eco:

"un texto es un mecanismo perezoso (o económico) que vive de la plusvalía de sentido que el destinatario introduce en él y sólo en casos de extrema preocupación didáctica o de extrema represión el texto se complica con redundancias y especificaciones ulteriores".

Esa pereza o economía del texto, inseparable de la plusvalía de sentido, es precisamente lo que en El placer del texto, Roland Barthes identifica como cuerpo erótico del texto. Por otra parte, el escritor y crítico literario Armando José Sequera, en un artículo para El Nacional de Caracas, publicado el 25 de marzo de 1990 bajo el título Apuntes sobre el minicuento en Venezuela explica que:

"los detractores del minicuento achacan su cultivo a pereza de los autores, porque ignoran que un buen minicuento amerita tanta destreza literaria como un buen poema o una narración más extensa".

Esa plusvalía de sentido que apunta Eco, aunque común a toda literatura, no necesariamente es gratuita. Lograr tal condición en un texto debería ser, por obligación, una de las metas ineludibles de cualquier escritor. No sólo la economía verbal asegura el feliz término de un microcuento por lo que adjudicar destreza o no de oficio por lo modesto de su factura no sería correcto. Como aduce Sequera, “un buen minicuento amerita tanta destreza literaria como un buen poema o una narración más extensa”. Es esto lo que, con Breve instrucción para escribir un microcuento, Ibarra plantea al cierre de sus ratos. El mismo termina diciendo:

"Escriba, escriba y hable de una estrella y un pajarito. Haga que vuele la estrella y brille el pajarito".

Parecería cosa fácil hablar de una estrella y de un pajarito, o como decía Vicente Huidobro, más que decir la rosa, hacerla florecer en el poema, pero a lo que aspira la buena literatura es a hacer que la estrella vuele y que el pajarito brille. Alba Omil y Raúl Pierola en el ensayo Enrique Anderson Imbert y el minicuento llegan a la conclusión de que además de la economía verbal es necesario “rigor de selección [...] en el plano semántico”. Si por una parte es el destinatario quien introduce al texto la plusvalía de sentido, por otra, es responsabilidad de la destreza en el oficio la selección de aquellos detonadores semiológicos que den al lector un producto que lo seduzca, que lo convenza de que le necesita o como dijera Barthes, “El texto que usted escribe debe probarme que me desea”.

Para concluir, Omil y Periola añaden que:

"El buen artesano de un minicuento se preocupa de elaborar (y esta palabra no está puesta al acaso) la materia de manera que cada término pueda ser computable en peso oro".

El mejor ejemplo lo tenemos en el relato La plaza. No sólo el texto es uno logrado en cuanto a economía verbal. En el mismo, tanto la carencia del otro como el deseo que lo evoca, terminan dándole materialidad a ese deseo en forma de una paloma que ahora “extraña al viejo que [antes] la soñaba”. Y si, según Valdez, se trata de “decir más con esas mismas palabras”, con esto Ibarra incluso plantea, metatextualmente, el aspecto teórico de cómo opera esa simbiosis perfecta bajo la cual el texto y el lector se hacen cómplices para completarse el uno en el otro.Regresando a Omil y Periola, si por un lado lo “computable” trata de la cantidad, por otro, el “peso oro” refiere a la calidad. En fin, sin temor a equivocación, y parafraseando lo antes dicho, se puede concluir que Christian Ibarra con este libro se toma el cuidado de elaborar un texto en el que, como se lee en el relato Dato curioso, “millones se cotizan en segundos” para que cada rato pueda tener el valor y peso de toda una vida.