sábado, 17 de diciembre de 2011

JORGE VOLPI - Breve guía de la narrativa hispánica de América a principios del siglo XXI



¡Basta de guías turísticas sobre América Latina! Ha llegado el momento de escribir guías que no lleguen a ninguna parte. Con esta Breve guía, Volpi nos pide que hagamos las maletas –las valijas–, y que echemos por la borda la fe de la identidad si queremos acceder a ese naufragio saludable que siempre ha sido la literatura.


Cezanne Cardona Morales

Escritor

(Autor de La velocidad de lo perdido)


miércoles, 30 de noviembre de 2011

“El asesinato considerado como una de las bellas artes”…

Tomado de:








… fue el título que Thomas de Quincey dio a un libro suyo, de 1827, que dio pábulo a otro, de Marcel Schwob, titulado Vidas imaginarias (1896), ambos abundantes en ese humor negro que los decimonónicos conocían como wit o esprit. Estas dos eminencias tardías del decadentismo europeo finisecular vinieron a desembocar en un texto poco ilustre hasta el otro día: —Historia universal de la infamia (1935, rev. 1954), en el cual Jorge Luis Borges (admirador declarado de de Quincey y de Schwob) asumió la difícil tarea de sumarse a la benemérita tradición biográfica de la “vida ilustre”.

En sus historias infames, Borges unió el humor tetánico de de Quincey (quien detallaba por qué el asesinato debiera considerarse una de las bellas artes) al sesgo siniestro y con frecuencia trivial de Schwob (quien escribió relatos imaginarios sobre infames que fueron famosos). Cuando Borges publicó su Historia…sabía que se insertaba en la vena podrida de una larga tradición a la que pertenecían Plutarco, Suetonio, Boccaccio, La Bruyère… e incluso Saint Simón. Borges dio a la tradición su propio twist: travistió la vida famosa en una vida infame en la cual el asesinato se convertiría en una variante esencial del arte del relato, y elaboró su catálogo de infames mezclando estos gestos estrafalarios: narrar lo nimio y narrar la vida (y el arte) de criminales, psicópatas, forajidos y excéntricos.

Toparme con un relevo de esta tradición en un escritordel patio no ha dejado de sorprenderme. Me refiero a Francisco Font Acevedo y a su extraordinario confabulario narrativo titulado La belleza bruta (2da edición 2010, Editorial Aventis, San Juan, PR). Pero aquí debo anotar su diferencia. Mientras los Plutarcos y los Borges se pasean por la historia universal y por el globo terráqueo entero, Pancho Font ha decidido aferrarse a nuestra pequeña isla —preferentemente a nuestra área metropolitana— para interpelar, y le cito, “el río de sangre tierna debajo de la ciudad”.

Font atosiga su libro con infames y sus infamias para revelar la pequeñez de cada cual, la suma de cuyas pequeñeces equivale al caudal de sangre nimia que discurre secreta y oscuramente por el subsuelo de nuestra frágil civilización patria. La belleza bruta, dividida en tres partes, no hace otra cosa que presentarnos una “historia local de la infamia”. Estamos ante nuestro “aquí” y ante nuestro “ahora”, recibiendo a grandes dosis el desasosiego y la perplejidad del que mira dentro de un callejón oscuro, desde debajo de una alcantarilla o, simplemente, de reojo en la oscuridad, para descubrir la insólita barbarie que nos acompaña como la antimateria a la materia.

Al igual que el famoso novelista naturalista Émile Zola colocó a Thérèse Raquin (protagonista de su novela homónima de 1867) sobre una mesa de disección, aspirando a construir su novela como redactara la autopsia de una infame, Pancho Font busca hurgar en la máquina humana para comprender la razón de sus impulsos, la tendencia a esa barbarie física y moral que quizás depende (como en Zola) del momento, del ambiente y de la herencia. En su acto de desmembrar el cuerpo y de completar su informe forense, Font (al igual que Zola), anota sus comentarios a lo que va encontrando gracias al peso testimonial de un montón de entrañas. El gesto narrativo de Font y su inclinación a lo visceral estructuran estos relatos escritos con sangre y la punta de un escalpelo: Font escribe sobre cuerpos… literalmente encima de ellos y acerca de ellos.

Lo notable, lo que nos atrapa de La belleza bruta —una obra del país cuya calidad sólo es comparable con La novelabingo de Manuel Ramos Otero (1976) y con Mundo cruel (2010) de Luis Negrón— es la sabiduría textual y compositiva con la cual el autor acopia, analiza, maneja y ordena su material. Asumiendo de entrada la narración en primera persona, el relato asume un cruce entre autobiográfico-confesional y biográfico-testifical, con escasas excepciones. En teoría, tenemos la ocasión de conocer directamente las infamias de los personajes sin pasar por la matraquilla amonestadora o quisquillosa de un narrador omnisciente.

Con la primera persona, el texto queda invadido por el instrumentario técnico de este tipo de narración: la cortedad de visión, la perplejidad ante los hechos (que el lector experimenta de primera mano); el comentario analítico de cada personaje en cuanto a lo que ocurre; y el tono, en general, poco confiable de los diversos narradores. Font Acevedo nos da acceso preferencial a almasdañadas cuya anormalidad se vuelve dramática simplemente porque nos llega en directo. Algunos relatos extensos sí coquetean con la tercera persona, pero siempre nos da la impresión de que nos encontramos ante un narrador testigo, es decir, frente a otra primera persona que, simplemente, no es la que protagoniza la historia.

Ocurre con frecuencia que un relato está dividido en varias narraciones en primera persona que toman su turno para permitirnos asomarnos a sus introspecciones, y así, de vez en cuando, tenemos la oportunidad de catar la misma escena desde la perspectiva de más de un personaje. Vale decir, que con su uso magistral de la primera persona, Font fragmenta lo real… como si fuese la realidad lo que el anatomista escritor sometiera al pormenor de su autopsia mientras anotara en su cuaderno estos inquietantes relatos de la extraña entraña humana.

No escapa de la aguda conciencia de Pancho Font la pesantez simbólica de estos descuartizamientos narrativos —que corresponden a otros tantos descuartizamientos literales de sus personajes. El primer cuento y el último detallan el carácter desalmado de personajes que se dedican, precisamente, a realizar autopsias en vida a pobres infelices. La tradición literaria, la licencia poética y la barrera entre la realidad y la fantasía sirven de cordón higiénico que separa al autor de sus criaturas, al igual que los guantes de látex protegen a Antulio de toda contaminación proveniente de las prostitutas que recoge en la calle para dedicarse, junto a su encumbrada familia, al ejercicio de diseccionarlas, hasta que no queda rastro alguno de la persona.

De hecho, narración tras narración, vamos descubriendo distintas alegorías del escritor —anatomista, psiquiatra, artista plástico, entomólogo, antropólogo—, siempre dispuesto a tomar el lugar del personaje, sea dándole la voz de la primera persona o intercambiando su nombre con ésta o aquél. La permutabilidad vertiginosa del lugar del autor y del narrador roba de toda autoridad autorial tanto al emisor como a lo narrado, y termina todo pareciendo un fascinante carrusel de voces, autores, actos, relatos, mentiras, chismes, secretos y misterios.

El construir un libro-río —como quería Balzac construir su Comedia humana, Faulkner sus historias de Yoknapatawpha, o García Márquez los relatos de su hacinado Macondo— ayuda al autor a insistir en la precariedad de su voz autorial y en la frágil verisimilitud de sus relatos. En el caso de Font, se trata más bien de un libro-cloaca, donde la ciudad vierte su excremento y su basura como materia prima de su retrato en broza, digo, en prosa. En La belleza bruta, el título de un relato puede reaparecer, con otro sentido, en medio del magma narrativo del próximo relato, o viceversa. El personaje que ahora conocemos en su adultez, lo reconoceremos luego en un momento fugaz de su infancia. O conoceremos a su madre o a su padre. Una historia puede reaparecer nuevamente como su opuesto o como relato abortado, siempre recordándonos el carácter imaginario de las historias reales y, por supuesto, el carácter imaginario de las historias imaginarias.

La primera persona siempre está ahí para recordarnos la poca confiabilidad de los textos y cómo cada persona narrativa logra capturar un espacio para hablar gracias a haber acallado a otras voces con igual derecho a reclamar un espacio en la palestra pública. Además, Font tiene la gracia de no ostentar su destreza técnica ni su fuerte carga teórica: todo parece relato, todo nos atrapa, nunca sentimos que estamos ante un autor hábil que nos lleva a donde le da la gana, sin tener que convertirse en un narrador tradicional, ni echarnos en cara su pirotecnia narrativa.

Sobresalen, como relatos enfáticamente teóricos, “La mirada de Cristal”, en el cual una pintora que ha recogido a un hermoso prostituto en el Puente de la Avenida Gándara (en la vecindad de la Iupi), súbitamente pierde su capacidad de ver “lo real” y comienza sólo a ver sus formas fragmentarias: como en un estilo abstracto geométrico, ve tipos y no personas. Ella misma, como idólatra de la belleza masculina, se dedica a coleccionar hombres bellos y a reconocer cada cuerpo parte por parte. Acostumbrarse a buscar el labio perfecto, la oreja perfecta, la nalga izquierda perfecta, surte el efecto de destruir el cuerpo para reducirlo a un amasijo de sus partes indiferenciadas y despersonalizadas. El que ella decida apodar a su última víctima “Miguel Ángel” (me tienta ver en este nombre el detritus cómico de San Miguel Arcángel, soldado de Dios…) la coloca en la antípoda del artista del cuerpo bello y proporcionado: ella es la Buonarotti (la que es “buena” porque los deja “rotos”…. ¡Uepa! ¡Oquei, es un chiste…!).

En “Melancolía de un escritor obtuso”, el narrador —un escritor frustrado— trata de explicarnos por qué cada una de sus historias se ve abortada por una incapacidad de pormenorizar el relato: capaz de vistas generales, este escritor no puede rellenar la figura con detalles. Cada particularidad es elevada a un plano general, como succionada por una voluntad filosófica idealista. El propio escritor, al intercambiar constantemente su lugar y su nombre con los demás personajes de este relato, no puede ordenar su narración y padece un fracaso anónimo. Igualmente, “El proyecto Xerox” detalla la voluntad de un hombre quien, con la excusa de realizar un dossier sobre un escritor gay urbano, trata de seducir al escritor y termina intercambiando con éste una vida en la calle. A fin de cuentas, terminamos no sabiendo qué es y qué no es literatura.

La belleza bruta es precisamente eso: un libro que contiene otro libro al cual se le ven las costuras: la autopsia de uno nos debe llevar a las vísceras del otro, y mostrarnos el lado oscuro del acto de narrar. Y si vemos esas costuras, veremos, más acá y de cerca, cómo el Autor con mayúscula manipula todo este universo narrativo como una gran lección en el arte de no contar el cuento. Que, en nuestra isla que vive del cuento, eso no es poca cosa…

Imágenes:
1. Aixa Ardín Pauneto, "Callejón #6" (2011).
2. Lilliana Ramos Collado, "Francisco Font Acevedo" (2011).
3. Aixa Ardín Pauneto, "Callejón #3" (2011).
4. Lilliana Ramos Collado, "Callejón #2" (2011).
5. Aixa Ardín Pauneto, "Callejón #10" (2011).
6. Lilliana Ramos Collado, "Callejón #5" (2011).
7. Aixa Ardín Pauneto, "Callejón #8" (2011).
8. Lilliana Ramos Collado, "Callejón #9" (2011).

martes, 15 de noviembre de 2011

CRITERIOS ARTÍSTICOS EN LOS QUE EL MERCADEO NO TIENE NADA QUE VER

"Aquí hay muchas iniciativas de editoriales pequeñas de producir textos con criterios artísticos en los que el mercadeo no tiene nada que ver", dice la profesora y menciona, entre otras, "Coleccion Maravilla", de Nestor Barreto, "La secta de los perros", de Rafah Acevedo o "Aventis" de Jorge David Capiello.

Melanie Pérez Ortiz.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

ASADO A LAS DOCE - Carlos Vázquez


Carlos Vázquez Cruz


Lo primero que llama la atención de la escritura narrativa de Carlos Vázquez Cruz, es su nitidez lingüística y su profundidad temática. Luego, su excelente manejo de las técnicas de la escritura interesada en contar historias de vidas intensas, complejas y apasionantes. Enseguida se va descubriendo su fino trabajo sobre recuerdos de la niñez y adolescencia en el Municipio de San Lorenzo, uno de los pueblos rurales más pequeños de Puerto Rico. Sin embargo, el autor —capitalino por adopción y convencimiento— no recurre a los clisés del costumbrismo insularista, sino que cautiva a los lectores con la presentación de personajes y escenarios muy encandilados. Elementos de la cultura popular, como frases y refranes, canciones e intervenciones humorísticas o cínicas de los narradores, junto a una visión queer, culta y citadina inconfundible, les dan vida a sujetos con almas incendiadas por el fuego de la claustrofobia comunitaria, la experimentación sexual terrible o hermosa y el drama de los estereotipos y los engaños. Todos están calientes en este libro, y se presume que los lectores también saldrán chamuscados de este excitante laberinto literario.


Manuel A. Clavell Carrasquillo

Periodista y Crítico Literario


Finalista

Mejor Libro de Cuentos Publicado en 2006

PEN Club de Puerto Rico


jueves, 13 de octubre de 2011

MOSAICO DE UN MUNDO DESQUICIADO

Tomado de:
FUERA DEL JUEGO (Blog de periodismo independiente)

MOSAICO DE UN MUNDO DESQUICIADO

Lunes, 10 de Octubre de 2011
Por: José Manuel Fajardo

La belleza bruta, de Francisco Font Acevedo.

Ediciones Aventis. San Juan de Puerto Rico. 2010.

Puerto Rico tiene la extraña propiedad de ser invisible para buena parte de los habitantes del planeta y muy especialmente para la mayoría de los editores europeos. Sólo eso explica dos fenómenos sorprendentes: la incapacidad de muchas de las personas que conozco para ubicarlo en el mapa y la ausencia de la literatura puertorriqueña, salvo contadísimas excepciones, de los catálogos editoriales europeos.

De modo que la olla literaria boricua (término con el que los puertorriqueños gustan denominarse a sí mismos) se ha ido cocinando por su cuenta en un desigual juego de influencias: abierta a las noticias del mundo, que llegan puntuales a la isla, e ignorada por ese mismo mundo en el que se mira.Sólo eso explica también la moderna madurez de una pieza literaria como la que ahora comento, este libro de relatos del puertorriqueño Francisco Font Acevedo, y el que a fecha de hoy a nadie se le haya ocurrido publicar dicho libro de este lado del Atlántico, a pesar de haber recibido los más encendidos elogios de Luis Rafael Sánchez y Mayra Santos-Febres, dos de los raros autores puertorriqueños que han encontrado eco en Europa... (sigue)

El de Font Acevedo no es una mera recopilación de cuentos sino un auténtico libro de relatos dotado de coherencia interna, en el que unos textos reenvían a otros y establecen sutiles e irónicas resonancias. Es un proyecto literario, no el fruto de ningún oportunismo editorial, que ha conocido dos ediciones. La primera en 2008 y esta segunda, revisada y corregida, en 2010, prueba de la labor puntillosa y hasta obsesiva de su autor.

El mundo de La belleza bruta es un mundo netamente puertorriqueño, esto es, un territorio cultural mestizo, híbrido de una lengua española rabiosamente defendida y de la paradójicamente enriquecedora contaminación de una lengua inglesa macerada entre las barriadas de emigrantes hispanos en Estados Unidos y la propia presión que esa lengua neo-colonial ejerce en la isla. Un mundo cultural, pues, que lleva en su seno un contradictorio germen de universalidad y que tiene varias ubicaciones en el atlas: las islas de Puerto Rico y también algunas de las más populosas ciudades de Estados Unidos, particularmente Nueva York.

En ese territorio se tejen las pasiones, lenguajes entrecruzados, simbologías contrapuestas y sueños insatisfechos que mueven a los personajes de Font Acevedo, siempre bajo el signo de la desmesura, a través de textos que tanto pueden ocupar las seis páginas del relato inicial como convertirse casi en una novela corta, como le sucede al ubicado justo en el medio del libro.

Desde rituales sádicos en familias de orden, en el relato Guantes de látex, a la creación de leyendas criminales urbanas como la del adolescente protagonista de a.C. y d. C.; desde imposibles amores de barra de bar hasta la feroz desesperación de una residencia de ancianos; mezclando violadores y escritores, asesinos y profesores, la escritura de Font Acevedo levanta sus personajes siempre a partir de la incertidumbre. El lector siente que se adentra en un territorio hostil, un campo minado, sea cual sea el tono del relato, en el que la verdad va a explotarle bajo los pies en cualquier momento. Pocas veces he sentido tan vivamente la emoción de la expectativa narrativa como en estas páginas, que constituyen un lúcido viaje al corazón mismo de estos tiempos violentos que nos ha tocado vivir y de los cuales la sociedad puertorriqueña es bien representativa.

Pues por más que la publicidad califique a Puerto Rico de Isla del Encanto y que su hermosa Naturaleza parezca empeñada en corroborar ese calificativo, el mundo puertorriqueño es un mundo cultural y socialmente perturbado, resultado de conflictos irresueltos cuyos ecos resuenan como tumbadoras debajo de cualquier apariencia de armonía o equilibro. El suyo es un pulso de violencia, de insatisfacción, de marginalidades que sólo se tornan visibles bajo el potente foco de músicas que laten con el mismo ritmo de la calle, ya sean “reguetoneros” o tocadores de “bomba”, y de prosas que actúan como navajas sobre el papel, afiladas y precisas, como sucede con estos relatos que dibujan el mosaico inquietante de un mundo desquiciado. Qué placer como lector encontrar un autor que sabe transformar en belleza la brutalidad de tan terribles materiales.

(Francisco Font Acevedo, escritor puertorriqueño nacido en Chicago el 15 de septiembre de 1970. Es autor de los libros de relatos Caleidoscopio y La belleza bruta).

domingo, 25 de septiembre de 2011

INSUFLAN NUEVOS AIRES AL AFORISMO


Cuando en un principio nos planteamos la idea de iniciar una nueva editorial, se asumió el corolario, más que como el arribo de un "newcomer", como el gesto de algo realmente nuevo. Aún así, el tiempo enseña cómo lo nuevo siempre termina siendo un nuevo modo de lo nuevo. En "Los hijos del limo", Octavio Paz plantea cómo para el siglo XVII, y específicamente el barroco español, "practicaron con igual entusiasmo lo que podría llamarse la estética de la sorpresa. Novedad y sorpresa son términos afines, no equivalentes. Los conceptos, metáforas, agudezas y otras combinaciones verbales del poema barroco están destinados a provocar el asombro: lo nuevo es nuevo si es lo inesperado". En ese sentido, cuando comenzamos la aventura editorial que implica AVENTIS, lo hicimos tomando en consideración aquello para lo que única y exclusivamente tendríamos sentido y razón de ser: la literatura y su tradición. Así se publicaron los primeros dos libros que, en aquel entonces, para los dados al comentario de pasillo, no eran más que signos de vagancia y agotamiento creativo. El minimalismo de un libro de micro cuentos y uno de micro poesía ("La vida a ratos" y "Casquillos"), ambos premiados por el PEN Club de Puerto Rico, fueron nuestra carta de presentación; nuestro gesto de innovación.

Antonio Fraguas, en un artículo reciente sobre el aforismo y el fenómeno llamado Twitter, cita de Andrés Newman lo siguiente: "Este fenómeno contribuye a despejar el malentendido de que hay que elegir entre las tradiciones del pasado o los formatos del presente. Es una señal más de que las nuevas tecnologías no solo son un instrumento de amnesia". Por otra parte, tendríamos que añadir también si las tan nombradas "nuevas editoriales" en ocasiones no son más que una variante de ese instrumento de amnesia. Eso sí, para beneficio de la clase editorial, digamos que es preferible la amnesia al desconocimiento.

En lo reciente, en un gesto por ampliar los ya demasiado reducidos registros discursivos y quehacer literario de nuestras letras, AVENTIS inaugura una "nueva colección". Nada nuevo, por cierto. La Colección Cinosargo inicia con lo que pretende ser una colección de microliteratura dando a publicación cuatro textos aforísticos. "El sur y su siniestra" y "Trasunto de Trasilvania" de Jan Martínez, "Minoría absoluta" de Federico Irizarry y "Mi sal" de J.D. Capiello, pese a las sentencias editoriales de que no debe publicarse aforismos, verán prensa. Parece ser que, en ocasiones, la tarea editorial, más que una cuestión de publicar autores, debería de plantearse como una cuestión bartheana de publicar textos. En fin, sino se consuma lo nuevo, que al menos nos ataje la sorpresa. Creo que las letras del mundo lo agradecerán.


*********Artículo de Antonio Fraguas*********

La filosofía del "pienso, luego tuiteo"


Twitter y otras herramientas de Internet insuflan nuevos aires al aforismo - Las editoriales llevan títulos de pensamiento breve a la mesa de novedades


ANTONIO FRAGUAS - Madrid - 03/04/2011 (El País)

"He construido castillos en el aire tan hermosos que me conformo con sus ruinas", escribió Jules Renard en 1890. Una frase de apenas 80 caracteres que cabría de maravilla en un mensaje de la red social Twitter. El límite de 140 matrices que fija este popular servicio de mensajería pública e instantánea en Internet, en el que cada día se vuelcan 65 millones de textos (tuits, en la jerga), ha insuflado nueva vida a un género filosófico y literario de larga tradición, el aforismo, y también a otras formas de pensamiento breve.

Si, como sostiene Nicholas Carr en su obra Superficiales (Taurus), Internet causa que la "lectura profunda" se convierta en un esfuerzo, los aforismos parecen la vía ideal para alcanzar honduras filosóficas sin quemarse las pestañas.

Un síntoma de este renacer: Samuel Johnson murió en 1784 pero tiene más de 30.000 seguidores en esa red social (twitter.com/drsamueljohnson). El interés que suscitan sus tuits ha llevado a que se reedite en Reino Unido un libro con sus máximas.

"Este fenómeno contribuye a despejar el malentendido de que hay que elegir entre las tradiciones del pasado o los formatos del presente. Es una señal más de que las nuevas tecnologías no solo son un instrumento de amnesia. Es dignísimo que aforismos clásicos se cuelguen en Twitter", afirma Andrés Neuman, novelista, autor del volumen de aforismos El equilibrista (Acantilado) y dueño del blog Microrréplicas (http://andresneuman.blogspot.com), donde publica razonamientos breves.

Anthony Gottlieb, historiador de las ideas, escribía hace poco en The New York Times sobre la figura del filósofo Michel de Montaigne como precursor de los blogueros que exhiben sus ejercicios de introspección en forma de ciberdiarios. También Twitter y Facebook funcionan como una plaza donde los usuarios trabajan su identidad escribiendo en primera persona, como el pensador bordelés del siglo XVI.

Otro síntoma: las Novelas de tres líneas del anarquista francés Félix Fénéon (Ed. Impedimenta). Sus microrrelatos verídicos, subidos a Twitter por la New York Review Books, llevan ya más de 1.400 seguidores (twitter.com/novelsin3lines). "Fénéon es un visionario de la velocidad de difusión de la noticia y el carácter sintético de Twitter", apunta Antonio Jiménez Morato, usuario de esta red social, introductor de la edición española de esta obra, y autor de cuentos. Jiménez Morato es escéptico sobre el papel de Twitter: "El aforismo requiere reflexión y síntesis. La razón fundamental del triunfo de los tuits es la rapidez y la inmediatez, tanto de redacción como de contenido, y no sé yo si eso coincide con un buen aforismo".

Musicólogo, poeta y filósofo, Ramón Andrés acaba de publicar el florilegio Los extremos (Lumen) y, pese a que no frecuenta las redes sociales -"he optado por un mundo más lento"-, las ve como una oportunidad: "El pensamiento breve (en el espacio) no tiene porqué ser limitado. Cuántos aforismos buenísimos tienen menos de 140 caracteres... que se lo digan a los maestros orientales".

El escritor mexicano Juan Villoro, traductor de Georg Lichtenberg -uno de los mayores aforistas de la historia- lleva menos de 15 días utilizando Twitter (twitter.com/juanvilloro56), donde por vez primera ofrece sus propios aforismos. En ese corto período ha logrado más de 11.000 seguidores. Otro síntoma del interés del público por lo breve pero intenso. "Tradicionalmente ha sido un género que se presenta con cierta soberbia: el autor de aforismos quiere ofrecer una verdad cerrada en forma de apotegma. Twitter nos permite evitar esa solemnidad y ensayar o ensayarnos", afirma.

Atalanta, editorial de Jacobo Siruela, explora el género estos últimos años. En 2007 lanzó El arte de conversar, de Oscar Wilde y, en 2009, Escolios para un texto implícito, del colombiano Nicolás Gómez Dávila, comparado por los expertos con monstruos del aforismo como Emil Cioran y Elias Canetti. "Para Gómez Dávila el aforismo es el único medio de no falsificar el pensamiento, pues cualquier desarrollo implica la falsa presunción de que el discurso contiene la totalidad de lo que se quiere o se puede decir. El aforismo representa la expresión del pensamiento honrado. Consciente de que vivimos en lo fragmentario, nuestro tiempo coloca al pensamiento de lo breve en el lugar de honor que le corresponde", afirma Siruela.

El editor José Luis Gallero lleva dos décadas construyendo una historia del pensamiento fragmentario. Gallero constata desde hace 10 años (justo cuando eclosionó Internet) un interés creciente por parte del público y apunta las causas: "Hay un renacimiento, porque el aforismo es un hibrido de filosofía, poesía y pensamiento moral. Eso permite al lector acceder por diferentes ángulos: algo valioso para orientarse en estos tiempos oscuros y acelerados". Ramón Andrés coincide con Gallero: "En este mundo de velocidad, en que pocas personas se detienen a leer una obra extensa, es donde un aforismo sirve como destilación de muchas cosas". El matiz a estas razones lo sugiere Andrés Neuman: "Las microformas obligan a detenerse al lector que va con prisa. Un texto breve ha de leerse lentamente. Los microrrelatos y los aforismos son géneros lentos".

A Neuman le fascina el hecho de que, al eliminar los intermediarios, las redes sociales permitan que autores nuevos se abran paso y se afirmen sin padrinos. Es el caso, entre otros, de Korochi (twitter.com/korochi), tras cuyo mote se esconde el argentino Lucas Worcel. Ronda los 7.000 seguidores gracias a sus retruécanos y sus juegos de palabras: "Al principio me decían que escribía cosas parecidas a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna". Está por ver cuántos seguidores lograría De la Serna si alguien creara su perfil en Twitter...